Como la mayoría de niños yo siempre quise tener un perro y como la mayoría de la madres, la mía no me dejó. Solo mi hermano mayor, cuando yo era aún muy pequeño, consiguió traer un pequeño perrito llamado Caín. El pobre se meaba por toda la casa y se comía las plantas de la terraza.
Puedo aún recordar, nítidamente, después de más de veinticinco años, el día en que al llegar del colegio mi compañero de juegos no apareció a recibirme ni aparecería jamás. Esa mañana, durante el paseo, salió corriendo detrás de un coche y otro le atropelló por detrás. Después de aquello no se volvió a hablar de perros en casa.
Después de Caín, mi siguiente experiencia con un perro fue años después, cuando unos amigos se fueron de vacaciones y me pidieron que me quedara en su casa cuidando a su mascota. Creo que nunca me he sentido tan desvalido. El animal me tomó completamente la medida y hacía de todo lo imaginable para que le estuviera prestando atención todo el tiempo; me cogía el teléfono y se metía en su caseta, ladraba a horas intempestivas molestando a los vecinos, no hacía sus cosas en la calle sino en mitad del patio… en fin, no sabía qué hacer. Mis amigos me lo pidieron porque sabían de mi afición por los perros pero la verdad es que no lo disfruté nada.
La vida siguió y mi trabajo me hacía viajar constantemente, por eso, aunque siempre deseé tener un animal en casa no lo hice hasta que se dieron las condiciones adecuadas. Siempre he sido un ornitólogo frustrado y por eso mi primera elección fue un loro. Un amazonas de frente amarilla del Panamá. El taxista que nos llevaba a casa a los dos me dio el mejor consejo que nunca nadie me ha dado después, me dijo que lo tratara como a un amigo. Y así lo hice.
Mi situación laboral se había estabilizado definitivamente y era el momento de plantearme tener un perro, pero las experiencias anteriores me hicieron proceder con cautela así que me dediqué a aprender todo lo posible sobre ellos. Antes de nada, realicé un curso de auxiliar de clínica veterinaria donde aprendí su morfología, enfermedades, vacunaciones, nutrición… no solamente quería saber qué hay que hacer sino por qué hay que hacerlo.
Tocamos un poco la educación canina y vino un adiestrador a darnos una clase. Se juntaron en ese momento dos de mis aficiones; los perros y la psicología, así que después de aquello me puse a buscar cursos sobre ese tema.
Contacté con un especialista en educación en positivo que ofertaba un curso bastante personalizado. Yo aún no tenía perro así que trabajé con un Golden Retriever propiedad del profesor, un perro con mucha ansiedad, difícil de mantener concentrado y con una dependencia desmesurada de su dueño. La experiencia fue extraordinaria pero los métodos conductistas de la educación en positivo no me convencieron. Es un método muy útil para enseñar cosas sencillas pero en cuanto entra en el terreno de problemas de comportamiento todo se intenta encajar en unos pocos trastornos y se resuelven con unas pocas técnicas de modificación de conducta. El propio comportamiento del Golden Retriever resultaba difícil de explicar, y por lo tanto de resolver.
La explicación simplista del funcionamiento de la mente de un perro no encajaba con mi experiencia con loros. Los psitácidas son tremendamente inteligentes y tienen un carácter y una personalidad propias. A Panamá le había visto resolver problemas sencillos sin necesidad de probar antes la solución.
Por mi afición hacia la psicología y mis clases de lingüistica en la universidad conocía los experimentos que se habían desarrollado con primates y aves, así que simplemente no me creí lo que me contaban sobre los perros.
Seguí leyendo y buscando hasta que encontré a Javier Ibañez. Su metodología, basada en la aplicación de la psicología clínica humana, daba otra dimensión a la educación y a los trastornos mentales y de conducta de los perros. Por fin alguien me hablaba desde la ciencia y no desde la simple experiencia propia.
Por fin entendí la otra parte de los perros que desconocía, por fin, desde la complejidad del tema, entendía por qué se comportaban como lo hacían. Y tenía sentido. No solo encajaba con lo que yo había visto con Panamá, sino que supe qué tenía que haber hecho con Caín y con el perro de mis amigos.
El trabajo de Javier Ibañez en los últimos año ha sido crear todo el mapa de trastornos clínicos del perro. Con ello nos da las herramientas que se han ido forjando por años de investigaciones científicas de psicólogos de todo el mundo. Pude diagnosticar, con toda claridad, lo que le ocurría al Golden Retriever de mi primer curso.
Durante todo ese tiempo, estuve buscando mi perro ideal. Por una cuestión práctica, miraba razas pequeñas, aunque siempre me han gustado las razas grandes. Al final un día, buscando por internet, vi una foto pequeñita de un perro blanco del que me enamoré al instante. No me fue fácil encontrar un criador de Pastor Blanco Suizo pero al final encontré uno que me convenció. Fuimos a por Lúa un último día de febrero. Cuando volvía a casa, esta vez en mi coche, no me olvidé de que la que iba detrás era mi amiga.
Entablé cierta amistad con el criador y empecé a colaborar en el nacimiento del Club Español de Pastor Blanco Suizo.
Aunque no le dedico mucho tiempo, desde hace unos años acepto algunos casos de educación canina. Todo ello me ha permitido hacerme una idea bastante general de la situación del perro en nuestra sociedad, siendo testigo de la cantidad de animales que sufren y mueren porque sus dueños desconocen por completo cuáles son sus necesidades. Algo que ya había visto con los loros, muchos a dieta exclusiva de pipas, en jaulas sin espacio suficiente, sin nada que hacer y sin una mínima higiene, pero que también se da con perros comiendo las sobras de la comida humana ricas en sal y grasas, solos y abandonados en parcelas o privados de libertad en los paseos por una mala socialización.
Las tiendas de animales tampoco ayudan a mejorar la relación con nuestras mascotas, es más, la venta de animales vivos que el cliente se puede llevar en el acto fomentan la compra por impulso, que normalmente tiene muy mal desenlace. Además, es muy habitual que los dependientes no sean especialistas y prime la venta sobre el asesoramiento. Así pues, no sólo se permite que el cliente se lleve un artículo que tal vez no es el adecuado para él, sino que incluso se venden productos que directamente pueden ser perjudiciales para nuestro amigo animal.
Junto con mi pareja nos embarcamos hace años en una tienda on-line de productos para perros, gatos y loros. Nuestra filosofía de venta ética, primando los artículos de calidad por encima de otros aspectos, a costa de ser más caros, y la crisis económica que seca los créditos bancarios, nos han impedido poder seguir adelante con el proyecto. A pesar de ello, sigo adelante con el blog y con mi página de Facebook (www.facebook.com/perrosyeducacion) dentro de un propósito más grande de mejorar el conocimiento del perro y desterrar algunos de los mitos y malos hábitos que aún persisten. Colaboro habitualmente con el Club de Pastor Blanco Suizo (CEPBS) con artículos en su revista y con un consultorio on-line desde su web. También he escrito artículos para la revista Sportlife y mensualmente en Pelo Pico Pata.
En algún momento abandoné mi pasión por los animales y estuve alejado de ellos buena parte de mi vida. Afortunadamente tuve la ocasión de volver y convertirlos en el centro de mi existencia, junto con mi pareja y mi hijo. Ahora intento enseñarle a él que debe respetar tanto a su perro como a una pequeña hormiga, y que la mejor manera de hacerlo es tratarles como a un amigo.
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