• 10 junio, 2023
  • Last Update 7 abril, 2023 5:37 pm
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Alex, el loro que sabía hablar

Alex, el loro que sabía hablar

Cuando la Dra. Irene Pepperberg cierra la puerta de su oficina, una fuerte voz la despide con estas palabras: «¡Chau! ¡Que estés bien! Me voy a cenar… ¡Nos vemos mañana!». El amable interlocutor de Irene no es más que Alex (del inglés «Avian Learning EXperiment» (Experimento de Estudio Aviario)) un loro africano gris o Yaco que se ha convertido en la estrella de los estudios lingüísticos sobre aves.

Durante las décadas 40 y 50, los investigadores europeos como Koehler y Logle demostraron que los loros grises podían aprender tareas simbólicas y conceptuales a las que a menudo se considera pre o correquisitos para la adquisición de capacidades cognitivas y comunicativas complejas. Los datos de los posteriores estudios de campo y de laboratorio sugirieron que las vocalizaciones naturales de los psitácidos mediaban en las interacciones entre los miembros de la bandada, y que seguramente se aprendían de otros miembros de la misma», dice Pepperberg.

El procedimiento experimental que la científica aplica con Alex y con los otros grises africanos (llamados Griffin y Wart) con los que trabaja es ingenioso e impresionante: se basa en mostrarle distintos objetos y materiales (corcho, cartón, una llave, etc.). El juego (que le ha sido enseñado al loro desde que tenía 13 meses de edad) consiste en que, si logra nombrar correctamente el objeto mostrado («Llave», por ejemplo), se gana el derecho a poseer la llave, y se la entregan.

Alex e Irene PepperbergPor supuesto, hay cosas que a Alex le interesan más que una llave: una nuez, por ejemplo. Otra de las reglas del juego dice que, si Alex identifica correctamente una llave y se la dan, luego puede cambiarla por una nuez, pero sólo si la pide verbalmente y en forma correcta.  De este modo, el animal realiza una doble tarea cognoscitiva: reconoce objetos nuevos o distintos, y se ve obligado a desplegar todo un vocabulario de cosas deseadas o necesarias para él, so pena de pasar el resto de su vida comiendo llaves y corchos de sidra. Si no se hace de este modo, el loro no asocia la palabra al objeto, sino a una recompensa que nada tiene que ver con él, lo cual retrasa el aprendizaje.

Además de esto, en la técnica empleada por Pepperberg, al yaco se le habla del objeto en cuestión con frases completas, subrayando con la entonación la palabra, pero permitiendo que no se presente como un sonido único y repetitivo, sino más bien como una vocalización integrada con otras, con las que puede combinarse de diferentes formas; gracias a ello el loro aprenderá a combinar expresiones
Los estudios de Todt sobre el aprendizaje social entre los miembros de las bandadas de loros grises, junto con el modelo de interacción social en los humanos desarrollado por Bandura, sugirieron a Pepperberg otro procedimiento: imitando la enseñanza que los loros viejos dan a los pichones en estado salvaje, Pepperberg no enseña al loro directamente, sino que le permite observar cómo un humano enseña a otro humano, y las consecuencias del acierto o del error del «alumno».

En efecto: en presencia del psitácido, un alumno muestra al otro un objeto, y le pregunta, por caso: «¿Forma?». Si el otro contesta correctamente «triángulo», el «maestro» lo felicita afectuosamente y le entrega el triángulo. Pero el «alumno» a menudo «yerra» a propósito, equivocándose con el mismo tipo de errores que suele cometer el loro, que, entretanto, observa interesadísimo la escena. Los errores más comunes que cometen los africanos grises son pronunciaciones «sucias» o poco claras e identificaciones parciales. Cuando el alumno se equivoca, el docente lo reta y le quita el objeto.

Alex observa siempre, porque el modelo social de los loros demuestra que el «alumno» humano no sólo representa en la mente de Alex un modelo en cuyos aciertos y errores él mismo basará su comportamiento futuro (es decir, podrá diferenciar lo que está bien de lo que no lo está), es también un rival a superar para obtener el reconocimiento, la complacencia y la estimación del loro maestro, como sucede en las bandadas salvajes.

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Jeff Topping for The New York Times

El esquema de Todt sólo permitía al loro presenciar las clases en calidad de oyente: siempre el mismo maestro hacía de maestro y siempre el mismo estudiante hacía de estudiante. Por eso, el loro sólo se molestaba en responder (y tratar de hacerlo correctamente) a las preguntas de un solo humano del mundo: el que hacía de maestro en el esquema de Todt.

Pepperberg ha ido más lejos: el maestro y el estudiante parados frente a Alex muchas veces invierten sus papeles, e incluso se pone al ave en el papel de maestro o discípulo. Como consecuencia, Alex ha aprendido a interactuar, preguntar y responder a cualquier ser humano que se cruce en su camino.
El largo y persistente entrenamiento de Alex le ha permitido alcanzar alturas lingüísticas increíbles: al mostrársele una etiqueta más grande que el estándar utilizado en el laboratorio, el loro ha dicho: «Acá está tu papel… ¡Un pedazo de papel taaaan grande…!»

Alex domina ya tareas que se consideraban más allá de la capacidad de cualquier organismo excepto Homo sapiens: comprende categorías conceptuales como «igual/distinto», «ausencia/presencia», cantidad y tamaño. Identifica y nombra correctamente siete colores, cuarenta objetos, y tiene un uso completamente funcional de la negación «no» y de los deseos «Quiero tal cosa» o «Quiero ir a tal sitio». Puede distinguir formas geométricas y nombrarlas por su número de ángulos, desde 2 hasta 6. Utiliza cómodamente los numerales del 2 al 6 (éste último lo pronuncia «si» por el inglés «six»: aparentemente no puede pronunciar la x).

Usando esa base matemática, el Yaco nombra cantidades de objetos ante él (es decir, ha aprendido a contar), incluso grupos de objetos nunca antes presentados, heterogéneos o arreglados según un patrón azaroso. Combina los nombres de los objetos y sus atributos para describir, identificar, solicitar, rehusar, categorizar y cuantificar más de 100 tipos de objetos diferentes. Su eficiencia en esta tarea se ha demostrado científicamente como superior al 80% (algo que ni el chimpancé más preclaro logra ni por aproximación).

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Comprende, además, un concepto (limitado) de lo que es una «categoría». Si se le muestra un triángulo verde y se le pregunta «¿Color?» dirá «verde»; si se le pregunta «¿Forma»? responderá «Tres-ángulos». Pero nunca confundirá las respuestas: jamás responderá con el color cuando se le inquiere respecto de la forma. Lo más admirable es que no sólo distingue colores, formas o materiales, sino que reconoce explícitamente lo que significa la categoría abstracta de número, igualdad, semejanza, color, forma o material. Hasta el momento en que se desarrollaron estos experimentos, ningún ave había sido capaz de pasar del conocimiento de las propiedades de los objetos (como «cuatro», «rojo», «triangular» o «madera») a las categorías o conceptos abstractos que definen esas propiedades (como «número», «color», «forma» o «material»).

Para que se pueda apreciar el alcance de este paso diremos que resulta mucho más fácil reconocer objetos de madera respondiendo a una pregunta del tipo «¿qué objeto es de madera?», que reconocer que la madera es un tipo de material, como hace Alex cuando, ante una llave de madera, responde a la pregunta «¿de qué material es esta llave?». Hay aquí un nivel de categorización abstracta como el que solamente han logrado alcanzar algunos chimpancés en experimentos similares.

De hecho, es capaz de reconocer los errores ajenos: si pide agua y se le ofrece comida, negará con un claro y rotundo «No» y repetirá el pedido inicial «Quiero agua». Y lo hará tantas veces como sea necesario hasta que le den lo que él quiere.

enhanced-21063-1425397422-1El 6 de septiembre del 2007, a los 31 años de edad, murió Alex. El 4 de octubre de 2007 La Fundación Alex publicó los resultados patológicos: «Alex murió rápidamente. Tuvo un repentino e inesperado evento catastrófico asociado con la arterosclerosis («endurecimiento de las arterias»). Fue una arritmia fatal, un ataque al corazón o un infarto que le causó la muerte repentina sin sufrimiento. No hubo manera de predecir su fallecimiento. Todas sus pruebas, incluyendo su nivel de colesterol y los niveles de aspiración, eran normales al principio de la semana. Su muerte no guardaba relación con su dieta o su edad. Nuestro veterinario dijo que ha visto eventos similares en aves jóvenes (menores de diez años) o aves con dietas saludables. Es más probable que la genética o el mismo tipo de enfermedades inflamatorias de bajo nivel (imposibles de detectar en aves todavía) que está relacionado con enfermedades cardíacas en humanos fuera responsable.»

Afortunadamente Alex no era el único africano gris capaz de hazañas como éstas: un ejemplar llamado N´kisi vio muchas veces la foto de la Dra. Jane Goodall, experta en chimpancés, trabajando con sus sujetos cuadrumanos. Cuando, tiempo después, la conoció personalmente, la saludó espetándole un irrespetuoso «¿Tienes un chimpancé?

 

 

N´kisi es toda una personalidad lingüística: tiene un vocabulario de 950 palabras (muchas más de las que se necesitan para leer en el idioma inglés) y las organiza en frases complejas, aparentemente creadas espontáneamente. Se le muestra un dibujo de un hombre hablando por teléfono e inquiere: «¿Qué haces con ese teléfono?». Una pareja abrazada: «¿Te puedo dar un abrazo?». Los experimentos con N´kisi fueron algo diferentes a los que se llevaron a cabo con Alex: se lo colocó en un cuarto aislado, y se le mostró por televisión a su dueño abriendo, en otra habitación, sobres al azar que contenían dibujos de objetos. El loro los nombró a todos, uno por uno, con una tasa de aciertos tres veces superior a la que hubiese logrado utilizando al azar palabras aprendidas y memorizadas fuera de contexto.

No todo en la inteligencia tiene que ver con identificaciones, categorías y raciocinio: el sentido del humor es considerado condición también sine qua non para quien pretende ostentar el status de «organismo inteligente». Si no, pregúntenselo a N´kisi, quien, luego de observar a un congénere colgado cabeza debajo de su percha, dijo claramente a los circunstantes: «Tienes que filmar a ese pájaro».

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El loro gris es la tercera especie más vendida como mascota de entre todas las aves, pero, como afirma la Dra. Diana L. May, del Departamento de Psicología de la Universidad de Arizona, «apenas sabemos nada del comportamiento de estos loros en su estado natural». Según May, los dos motivos por los que deben ser estudiados son, primero, comprender cómo usan en libertad la capacidad cognitiva que demuestran poseer en el laboratorio, y tratar, en segundo término, de preservar las comunidades y poblaciones silvestres para salvarlas de la extinción con que las amenaza el tráfico masivo. A estas dos iniciativas, la Dra. Pepperberg agrega los nuevos conocimientos que puede otorgarnos la neurofisiología comparada de los cerebros avícolas y mamíferos, y la posible aplicación de esos datos en la terapia lingüística sobre niños discapacitados.

Con respecto a la capacidad lingüística de los grises en libertad, el único estudio que existe —de 1993, Cruicksahnk y otros— demostró que esta especie imita con perfección las voces de otras nueve especies de aves… ¡y la de una especie de murciélago! Sin embargo, el análisis no provee ninguna explicación ni motivo para este comportamiento.

Por otra parte, May afirma que es esencial detener el tráfico de loros africanos grises ya mismo, so pena de comenzar a escribir informes científicos sobre la capacidad verbal de una especie… extinta.

Otro loro gris africano de Irene Pepperberg llamado Arturo estaba aprendiendo a utilizar Internet. El experimento se realizaba en el prestigioso MIT, Massachusetts Institute of Technology.
Lástima que los problemas de financiación sufridos en este centro no hayan podido dar continuidad a tales proyectos. A pesar de todo, vale la pena conocer alguno de ellos; por ejemplo, el que recibió el irónico nombre de Interpet Explorer. Contra lo que pudiera parecer, no se trata de enseñar a un loro a navegar por Internet, sino de intentar que el psitácido pueda entretenerse y desarrollar su inteligencia interactuando con una máquina durante el tiempo en el que sus dueños están fuera de casa ocupados en su trabajo.

Se trata de algo así como un «parque inteligente»: una percha situada frente a un pequeño ordenador con dispositivos apropiados para que el loro los accione con su pico, en el que hay juegos, música, puzzles, imágenes de loros en libertad o conexiones con sus dueños a través de una webcam.

Algo de esto se había ensayado ya con perros, pero se piensa que la versatilidad de la inteligencia de los loros podría arrojar mejores resultados además de ser, también, más necesaria, pues serviría para evitar disfunciones de comportamiento en las que a veces incurren cuando se encuentran en casa solos y se sienten abandonados por sus dueños: gritos, estereotipias, picaje.

Más ambicioso desde un punto de vista científico es otro proyecto en el que se estaba intentando enseñar leer a Alex. Sí, han leído ustedes bien: enseñarle a leer. Con letras de plástico de colores, del tipo que utilizan los niños para pegarlas en la nevera con el imán que llevan adosado en su parte posterior, Alex llevaba más de dos años asociando letras a colores y sonidos vocales. De momento era capaz de combinar varias letras interpretando el fonema adecuado que forma cada combinación, y llegaba a reconocer algunas series de fonemas como palabras anteriormente aprendidas por él, con su significado asimilado de un modo correcto.

El cerebro de las aves posee una estructura distinta al de los mamíferos, carece casi por completo de neocórtex, no existe en él un lóbulo frontal en el que reside la consciencia y, sin embargo, puede activar mecanismos neuronales cuyos efectos, educativamente inducidos, nos resultan muy cercanos. Al menos, llegan a parecerse bastante a los logrados por chimpancés, bonobos, gorilas, orangutanes y delfines. Siendo animales tan distintos a nosotros, la inteligencia de los loros, increíblemente, se asemeja a la de nuestra especie; o, mejor dicho, a la de los niños humanos de dos o tres años. Esto ha de suponer, sin duda, un correctivo para nuestro tradicional antropocentrismo. Gracias a Irene M. Pepperberg, nos hemos dado cuenta de que hay en la naturaleza un potencial de inteligencia compleja, «no humana, no primate, no mamífera» como ella gusta decir, que es la elevada expresión de algo nuevo en la capacidad de conocer el mundo.

Aún así, las investigaciones de Pepperberg y sus colaboradores no se han librado de las críticas, algunas veces radicales, lanzadas por otros científicos más escépticos en estos asuntos. Hay quien dice que en lugar de uso de conceptos hay en las mentes de los papagayos únicamente memoria visual y capacidad de asociación, puesto que, como todos los animales no humanos, no comprenden categorías, sino que simplemente se hacen mapas cognitivos, algo así como una especie de aprendizaje de las relaciones de los objetos que no va más allá. La polémica está muy lejos de haber quedado zanjada.

Fuentes:
http://www.alexfoundation.org/
http://axxon.com.ar/zap/204/c-Zapping0204.htm
http://www.elmundo.es/elmundo/2007/09/12/ciencia/1189589509.html
http://web.archive.org/web/20040402142457/http://news.bbc.co.uk/1/hi/sci/tech/3430481.stm
http://www.bbc.co.uk/spanish/ciencia000707.shtml

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Bloguero y divulgador de temas de naturaleza.

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