Admitir que los animales pueden sentir amor o lástima genera mucha discusión, pues reduciría la distacia que separa al humano con el resto de seres vivos, algo impensable para una sociedad todavía muy antropocentrista. Cuando se intentan explicar comportamientos observados en algunas especies mediante la adjudicación de sentimientos, muchos les tachan de humanizarlos, pero, ¿por qué no damos la vuelta al concepto?
Gary A. Kowalski, escribió en 1991 un libro titulado El alma de los animales, en los que defiende su capacidad para aburrirse y para disfrutar, para odiar y para amar. Kowalski nos muestra ejemplos vivídos por él o recopilados de otros especialistas donde buscan explicación al canto o al juego, ¿puede un elefante sentir lástima por otros?¿puede un primate sentir asombro por una maravillosa puesta de sol?
Subámonos a la mesa y veamos el problema desde otra perspectiva, ¿quién ha otorgado el uso exclusivo de los sentimientos al ser humano? El cerebro de todos los animales es básicamente el mismo y las emociones se forman en el sistema límbico, una de las partes más antiguas, evolutivamente hablando y presente incluso en los reptiles, por lo que no es una locura suponer que las emociones sean comunes a todo el mundo animal, incluido nosotros.
La historia es contada por quien es capaz de darle nombre, y aunque nosotros somos los únicos capaces de explicar lo que sentimos, no necesariamente tenemos que ser los únicos en sentirlo. Solo así, podremos entender los titulares con que nos sorprenden de vez en cuando los científicos:
«LOS ANIMALES Y SUS SENTIMIENTOS. 14 HISTORIAS REALES»
«LOS PERROS TIENEN SENTIMIENTOS COMO LOS HUMANOS»
¿Conocéis historias para convencer a los escépticos?
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