Si fuera Iker Jiménez, rellenaría cinco páginas solo con la coincidencia (¿coincidencia?) de que Felix Rodríguez de la Fuente nació y murió un 14 de marzo, justo el mismo dia de mi nacimiento. Pero como no lo soy, achaco mi pasión por los animales y mi interés en la divulgación de la conservación de la naturaleza en que fui un «niño de Félix». Recuerdo tener enciclopedias, libros e incluso cintas de casettes con su voz relatando historias increíbles, entre ellas una sobre la terrible boina negra que se posaba sobre Madrid y que se podía, y se puede, apreciar cuando se llega a esta ciudad en un día claro.
Yo fuí un niño de Félix a pesar de que su muerte me pilló con cuatro añitos, pero no me perdía un solo capítulo por la tele. De él aprendí dos cosas básicas: a respetar a los animales y a entender el mundo como la suma, infragmentable, de un todo. He dicho respetar y no amar, con intención. El amor es incondicional, normalmente irracional y a menudo excluyente; el respeto supone aceptar y tolerar las opiniones o la forma de ser y de vida del otro, aunque no las compartas.
Félix entendía, además, el planeta como un todo, un equilibrio entre todos los seres del planeta, incluidos, evidentemente, nosotros. Esta faceta humanista, tal vez menos conocida, que le llevó a visitar y estudiar poblaciones indígenas de medio mundo, se me antoja fundamental para entender su mensaje de que la supervivencia de los animales pasa por la salvación del ser humano y la de este, solo a traves de la pervivencia de las otras especies.
Desgraciadamente, esta visión humanista de la naturaleza, en el mejor sentido de la palabra, sea el único legado de Félix que no ha sobrevivido. En una época como la que vivimos, intolerante y radical, donde solo se puede ser de un bando, no caben posturas que escuchen al otro o comprendan al contrario.
Por eso veo con estupor los nuevos movimientos animalistas. No puedo comprender cómo, personas que proclaman su amor incondicional por los animales, puedan insultar y desear la muerte a sus propios congéneres:
No se puede obviar al hombre si queremos salvar la naturaleza, pues somos nosotros los que la destruimos y solo nosotros podemos dejar de hacerlo, pero nunca se debe intentar hacer de un día para otro. Félix lo entendía muy bien, por eso sabía que para salvar a su querido lobo, todo pasaba por un cambio de mentalidad de los ganaderos y de las poblaciones de zonas loberas porque, nos guste o no, serán ellos los que acabarán salvandolos, junto con los ganaderos y los vecinos de los pueblos.
Creo que las asociaciones de ecologistas o animalistas tienen una función importante de concienciación de la sociedad y de denuncia, y muchos de ellos hacen una labor encomiable que nunca les agradeceremos bastante. También hay biólogos, poblaciones rurales y guardas forestales, que luchan cada día para que podamos tener unos ecosistemas sostenibles y una convivencia feliz entre la naturaleza y quienes viven en o de ellas, pero aquellos que se atreven a insultar y a situarnos a todos en un bando, queramos o no, deben saber que el fanatismo es el recurso de aquellos que se agarran a consignas y a causas justas, porque son incapaces de ver lo que hay más allá de sus narices.
¡Cuánto te echo de menos, Félix!
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