En la esencia, es fácil suponer que los antiguos homínidos tenían relaciones parecidas a las nuestras. Podemos imaginar que habría ejemplares muy queridos por todos, que derrocharían buen humor y felicidad, mientras que otros crearían discordia e infelicidad a todos los que le rodearan.
Eso es algo que seguramente sea común a todas las especies de mamíferos sociales. Yo mismo he podido comprobar perros que se llevaban bien con todos los demás congéneres del parque y otros que acababan peleándose con cualquiera.
Entre los primates, las alianzas son fundamentales y tan importantes que pueden mantener o acabar con un líder. Ser generoso en el despiojado puede ser una forma de afianzar esas alianzas pero, siendo tan parecidos a nosotros en tantas cosas, no puedo dejar de pensar en que haya necesariamente ejemplares amables que sean queridos por todos.
Y, por tanto, aunque la existencia de duelo en los animales sigue siendo una teoría que genera cierta discordia, aún suponiendo que no, la ausencia de esos ejemplares debe dejar un vacío en la vida de los demás, que necesariamente, aunque no tengan conciencia de la muerte, sí deben echar de menos.
Ayer murió mi amigo y compañero Juan Montero, uno de los utileros de teatro que más tiempo llevaba pisando los escenarios de este país. Durante algo más de un año de enfermedad, siempre que volvía a hacernos una visita, cada vez más delgado, cada vez con menos pelo, siempre parecía que era él quien debía darnos ánimos a nosotros y nos contaba, porque comer es salud, cómo se acababa de zampar un enorme bocadillo de chorizo o cómo iba a por un cocido que tenía preparado en casa. Durante 12 años fue la primera sonrisa que yo veía muchas veces por las mañanas al entrar, que me animaba a sobrellevar un trabajo donde él era de las pocas personas que me caen bien. Por eso os pido perdón por esta entrada tan corta, pero es que, hoy, estoy muerto de pena.
Patricio Jiménez