Es muy frecuente, que ante cualquier problema de la sociedad, haya alguna voz que diga que la solución está en la educación, pero ante la petición de concrección, la misma voz dice que hace falta una asignatura en los colegios, ya sea de medioambiente, de civismo, de igualdad… de todas. Ya, incluso en algunos círculos educativos, hay cierta chanza con eso. Si se llevara a la práctica, los niños necesitarían hacer turnos dobles en la escuela. De 9 a 21.
Evidentemente eso es irrealizable, pero además, en mi opinión, mayormente inútil. En el sistema educativo actual, las asignaturas no dejan de ser cajas de información, y precisamente de lo que mas abunda en nuestra sociedad occidental es eso, información a raudales. Vivimos en una época donde prácticamente todo el saber humano está al alcance de unas pulsaciones con el dedo, donde podemos leer artículos de fondos de revistas de todo el mundo, donde con unas gafas de 3D podemos sentirnos rodeados por leones en el Serengeti, donde, a través de plataformas como Youtube, podemos ver clases de profesores de las mejores universidades del planeta, pero, también es la época de los fakenews, de los bulos de internet, de la sublimación de la opinión personal por encima de doctores y filósofos. Cuando los debates de televisión estan llenos de periodistas en lugar de catedráticos y estudiosos…
El profesor Mark Lorch, escribió un artículo maravillo (ver aquí) titulado Por qué la gente cree en las teorías de la conspiración, y cómo conseguir que cambie de opinión, en el que relata cómo un grupo de personas en el tren, aparentemente gente joven, con estudios y con una posición social normal, empiezan a dudar de la llegada del hombre a la luna frente a todas las evidencias. Podemos despachar el problema echando la culpa a las personas y ya está; la gente cree más en los mitos y las conspiraciones frente a la ciencia o las pruebas porque son idiotas. Punto. Pero yo me resisto a zanjar el problema tan rápido, debe haber una explicación social, psicológica o fisiológica por la que algunos seres humanos se comporten de ese modo.
Mark Lorch señala un estudio (aquí) que vincula la creencia en teorías de la conspiración con la necesidad de las personas por imponer una estructura al mundo y nuestra capacidad innata para encontrar pautas en todo lo que nos rodea. Autores como Dan Brown aprovechan muy bien este mecanismo de nuestro cerebro para hacer que una historia increíble encaje perfectamente usando cuadros y partes de la historia real. Lo demás lo ponemos nosotros, «viéndolo» todo tan lógico que nos parece increíble no habernos dado cuenta antes.
Reconocer patrones y pautas es muy útil para los animales en la naturaleza. Los perros son extraordinarios a la hora de habituarse a diferentes ambientes, encontrando pautas y asociando ruidos o acciones. Eso es lo que descubrió Pavlov al notar que salivaban solo con oír los pasos de quien les llevaba la comida siempre a la misma hora, y en eso se han basado los métodos de adiestramiento conductistas durante décadas. Nosotros hemos dado la vuelta a eso, creando pautas donde no las hay y creyéndo en ellas aunque haya pruebas que nos digan lo contrario.
Otro elemento que sugiere Lorch en su artículo es la influencia social. Somos animales sociales, eso es innegable. Un estudio de la Universidad de Harvard (ver aquí) llegó a la conclusión de que el secreto para llegar a una vejez feliz es la fortaleza de las relaciones con tu familia, amigos y pareja. Sentirte parte de un grupo social se convierte en algo principal en la adolescencia, cuando el niño debe separarse de los padres para empezar a ser adulto. Muchas cosas se hacen o se cambian para ser aceptado en tu grupo social.
Hace tiempo, escuché a un pastor prolobo quejarse de cómo algunos chicos del pueblo se metían con él por sus ideas hacia el canis lupus, chicos jóvenes, de una generación y una cultura superior a sus padres, pero con las mismas ideas. Unas ideas que les hacen formar parte de un grupo, sentirse aceptados y fuertes. Hay tantos ejemplos de esto, que sería larguísimo enumerarlos.
Lo que parece claro, como apunta Lorch, es que esta influencia social es muy importante con las ideas; cuanta más gente cree en una información, más fácil es que la demos por verdadera (ver estudio sobre esto aquí). Parece ser que la demostración social es mucho más efectiva que las simples pruebas, aunque sean lógicas y de peso.
En esto entran en juego las falacias lógicas. Durante toda la historia del ser humano, se ha dado por hecho que lo normal es tener un pensamiento racional y lógico, de sentido común, y que, las personas que no seguían ese recto pensar, eran personas débiles o con algún problema. Pero, en las últimas décadas, se ha empezado a pensar que lo normal es la irracionalidad, pues las decisiones se acaban tomando más con los sentimientos que con el raciocinio. Sabemos, incluso, que las emociones se sitúan en el lóbulo frontal del cerebro, justo, la misma zona que entra en juego en la toma de decisiones.
Cuando escuchamos una cadena de noticias o leemos un tipo de periódico concreto, cuando los cazadores leen lo malo que son los lobos en la revista Caza y Pesca mientras los conservacionista leen, en la revista Quercus, los beneficios que aportan , en realidad están buscando argumentos que refuercen sus propias convicciones, es lo que se llama sesgo de confirmación. Son nuestras creencias las que dictan los programas y la información que vemos y leemos, no al revés.
Evidentemente, ante eso se puede luchar. Poseer un sentido crítico hará que no caigamos fácilmente en el sesgo de confirmación o que no sigamos tan fácilmente la corriente de pensamiento de nuestro entorno. Una mentalidad más reflexiva, que exija datos y hechos, con capacidad de indagar y buscar opiniones contrastadas para formar su propio criterio, será capaz de entender el mundo que nos rodea de forma mucho más inteligente.
Fomentar el pensamiento crítico en los colegios, el debate de ideas, la investigación frente a la memorización, la profundización en los conceptos… eso será mucho más efectivo que mil horas de clase de medioambiente, pero hasta que eso llegue, la política hoy no la van a hacer aquellos que serán adultos dentro de 20 años. Al lobo, al clima, a los ecosistemas se les salvará ahora o no se les salvará, y para ello hay que cambiar, tal vez, de estrategia, buscando puntos en común con los otros, lanzando ideas claras, creando opiniones generalizadas… Si la consigna ecologista era que «no se valora lo que no se conoce», ahora, con lo que sabemos sobre los sentimientos y el cerebro, debería ser «no se valora lo que no se siente».