En la naturaleza, los roles que ejercen un sexo u otro en las diferentes especies animales, tiene un claro carácter evolutivo y reproductivo. Entre los mamíferos, el cuidado de las crías en un primer momento es mayoritariamente atribuido a las hembras, por una mera cuestión morfológica: la leche solo es producida por las hembras y las crías de mamíferos necesitan eso, mamar. En especies como el oso o el lince, lo más práctico es que las crías se queden con su madre por ese motivo, pero en especies sociales como el lobo, las crías son sacadas adelante también por el macho y por algunos adultos de la manada.
En otras clases diferentes, como las aves, donde no hay glándulas mamarias de por medio, los roles han tomado otros caminos evolutivos, pero siempre con la intención de sumar posibilidades de sobrevivir. El caso del pingüino emperador es muy curioso, pues, aunque es la hembra la que pone el huevo, es el macho quien lo incuba con sumo cuidado, sin comer ni poder moverse hasta que nacen, mientras la hembra va a alimentarse y se ausenta durante dos meses. Volverá durante la primera semana de vida del polluelo y relevará al padre en su cuidado. Una relación colaborativa, que sirve para poder sacar adelante a la cría durante el frío invierno.
El emú macho, en Australia, también es el encargado de empollar los huevos y cuidar de los pollos, pero esta vez en exclusiva, pues la hembra, tras poner los huevos, quedará libre para buscar otro macho. Una solución muy práctica, evolutivamente hablando, para poder aprovechar toda la capacidad reproductiva de las hembras que no quedan atadas a un nido durante casi dos meses. Seguramente fue una característica muy importante en su momento para sobreponerse a grandes pérdidas de individuos, y gracias a eso ha llegado hasta nuestros días.
Entre las ranas y sapos es también muy frecuente que sea el macho quien proteja los huevos y los lleve a sus espaldas, o bien que se repartan esa peligrosa tarea entre los dos.
En definitiva, todas las especies han ido evolucionando según el ambiente y el nicho ecológico que tenían disponible. En muchos casos, la vida en sociedad suponía una opción que permitía algunas ventajas (y también algunos inconvenientes). Salvo que tuvieras unas capacidades extraordinarias para conseguir comida, como es el caso de los felinos, siempre suponía una ventaja contar con un grupo que ayudara a conseguir piezas más grandes o sirviera de protección frente a los depredadores.
Los homínidos, por los dos motivos, son animales sociales. En el caso de la rama que evolucionó hasta nosotros, con unas crías de cabeza enorme que nacían absolutamente desvalidas, la vida en común se antojaba imprescindible. Las tareas de cada sexo se debieron repartir, al igual que en los ejemplos vistos al principio, por motivos puramente prácticos, pues el objetivo de la naturaleza siempre es buscar la mejor manera para sobrevivir. Así, por ejemplo, los Bosquimanos, una de las pocas sociedades de cazadores/recolectores humana que queda aún en el mundo, tienen repartido muy claramente el trabajo; ellos se encargan de cazar y ellas de recolectar, lo que les permite estar más cerca de la aldea y de los niños. Aunque es una sociedad patriarcal, las relaciones entre hombres y mujeres son iguales, la opinión de las madres es muy importante a la hora de elegir pareja para sus hijos y la palabra materna y padre son la misma.
Aunque no abundan, sí hay ejemplos de sociedades matriarcales, como eran los Mosuo, en China, donde había libertad sexual, lo que hacía que las mujeres se hubieran deshecho de cualquier intento de control por parte del hombre. Las relaciones entre hombres y mujeres eran muy liberales y se podían romper en cualquier momento sin afectar la crianza de los hijos, que siempre vivían en la casa materna, con la familia de la madre.

El objetivo de cualquier tipo de organización social o unión entre ambos sexos en la naturaleza y en los grupos primitivos, siempre ha sido la de sumar potencialidades para sobrevivir mejor. Muchas de las responsabilidades que antiguamente asumía el poblado o la familia, ahora lo asume el estado y los servicios sociales. No hay ningún motivo por el que los roles de los hombres y las mujeres en el siglo XXI no puedan ser los mismos y, desde luego, no hay ninguna explicación «natural» por el que, cualquier tipo de relación humana no sirva para otra cosa sino para mejorar la vida de sus integrantes. La violencia de género, tanto psicológica como física, es una perversión social y el mantenimiento de tareas domésticas exclusivas para un sexo u otro, ahora mismo, ya no tiene ninguna otra explicación que no sea puramente cultural y social, pero, como he dicho en otras ocasiones, al fin y al cabo, lo creado por el ser humano, el ser humano lo puede cambiar.