La presencia de animales en un escenario crea un impacto especial en el público, y por eso muchos autores o directores piensan en poder incluir alguno en sus espectáculos. El problema es que no suelen ser conscientes del trabajo necesario para que el animal en cuestión, sea un perro, un gato o un canario, se comporte tal y como se necesita, y además no sufra el estrés de estar en un sitio completamente extraño para él. Y es que en los escenarios de teatro se concentra mucha tensión durante una representación, y los nervios del actor y los técnicos se unen a la expectación del público, aderezado además con el calor de los focos o el ruido de los aplausos.
A diferencia de los animales usados en rodajes de cine o publicidad, en un escenario no se puede cortar y pegar una secuencia o repetir una toma hasta que salga perfecta. En los espectáculos en directo se la juegan todos los días como si fuera el primero y ahí radica su dificultad, pues los animales no son robots e incluso los mejor adiestrados pueden tomar sus propias decisiones en el momento más inadecuado.
Durante los últimos años he podido recopilar algunos ejemplos de estas raras apariciones de animales en los escenarios españoles, y también conocer casos en los que al final se tuvo que desechar la idea por imposible. Y es que muchas veces la imaginación del director va más allá de lo realizable.
LA GALLINA IMPASIBLE
En el espectáculo del Centro Dramático Nacional, Madre Coraje, aparecía la gallina más tranquila que he conocido nunca. Llegaba una hora antes del comienzo de la representación y se quedaba tranquilamente, junto a su cuidadora, cerca del escenario. Al contrario que todas las gallinas que había conocido en mi vida, esta se dejaba acariciar sin asustarse, cosa que hacían todos los técnicos que pasaban por allí, extrañados de verla suelta por los pasillos.
Su labor era pasar de la mano de madre Coraje a la mano del cocinero, que en un momento dado daba el cambiazo y pelaba y cocinaba una gallina de atrezo.

EL GALGO MELANCÓLICO
No es que el galgo que aparecía en el espectáculo Mi alma en otra parte, protagonizado por Fele Martínez, fuera especialmente melancólico, pero lo cierto es que casi todos los perros de esa raza me dan la misma impresión. La escenografía de este obra era una vieja casa de campo donde el dueño tenía varios galgos que no se veían y que, según el guion, se le habían ido muriendo. El último que le quedaba era nuestro animal-actor, por lo que su aire cansado y triste era digna de premio MAX.
Junto a su cuidador, se escondían en la casa durante gran parte se la obra, y luego debía aparecer, tumbarse en una manta y acompañar al actor por el escenario. Algo que, aunque parezca fácil, no es normal que un perro lo haga de forma natural, por lo que requirió un trabajo previo de adiestramiento.
Al final de la representación salía a saludar con el resto de sus compañeros e incluso hacía una reverencia al público que le aplaudía con fuerza cada noche.

EL CANARIO ASESINADO
Cuando una compañía internacional viaja por el mundo, ciertas cosas deben ser aportadas por el teatro que los acoge, sobre todo las cosas que son de usar y tirar como la comida o bebida que toman los personajes en escena. Así pasó con la obra Julia, versión que la directora brasileña Christiane Jatahy hizo del clásico de Strindberg. En el listado de necesidades había dos canarios para dos representaciones. Como es bien sabido que en el texto de la obra original el criado mata al pájaro de la señorita Julia, inmediatamente saltaron todas las alarmas, ¿sería posible que fueran realistas hasta ese extremo? Aún en la era de las comunicaciones, a veces no es fácil contactar con una compañía que está en plena gira internacional por Europa, así que la intriga y los rumores se iban extendiendo. ¿Qué harían con los canarios? ¿Por qué dos? Cuando al final se pudo contactar por teléfono con el gerente de la compañía, se desveló el misterio: el canario aparecía en su jaula, sí, pero en el último momento era cambiado por uno falso que era el que acababa perdiendo la cabeza. Para que el animal no sufriera de excesivo stress, preferían que no fuera el mismo todos los días. Todo el mundo respiró tranquilo.

ANIMALES ROMANOS
El famoso Teatro Romano de Mérida es un sitio ideal para que los directores puedan meter en escena coches, motos o grúas, y por supuesto también animales, debido al gran espacio que hay alrededor y a sus amplios accesos al escenario. En la edición del festival internacional del ya lejano año 2003, pudimos ver burros acompañando a Joaquín Kremel en la obra La Paz y también dos imponentes doberman que sacaba José Sancho en su primera aparición como Creonte, en la obra Antígona. Este es un ejemplo de como, simplemente con su presencia, los animales ayudaban a crear una imagen fiera y dura del personaje. Después de su salida espectacular volvían tranquilamente a su casa.

ACTUACIONES FALLIDAS
Desde que un director piensa algo, hasta que luego pueda llevarlo a la práctica, hay un camino. Muchas son las ocasiones en que hay que desechar la idea y utilizar otros métodos. He aquí algunos ejemplos.
EL CERDITO REBELDE
En el espectáculo dirigido por Adrián Daumas, La preciosas ridículas, de Moliere, dos señoronas muy relamidas debían salir con un cerdito atado con un arnés, como si de un perrito se tratara. El problema es que a los cerditos normales no les apetece mucho ir por donde le manden, salvo que haya habido un adiestramiento previo. En este caso el director no lo consideró necesario y adquirió un cerdito de una granja. En cuanto las actrices intentaban salir con él, el cerdito chillaba y gritaba porque prefería quedarse donde estaba, y protestaba a un volumen tal, que tapaba por completo al resto de los actores. Evidentemente hubo que darse por vencidos y devolver al cerdito.
EL PERRO CARO
En el espectáculo Perro Muerto en Tintorería, la directora Angélica Liddell había escrito que al principio de la obra un perro cruzara el escenario portando una carta en la boca y se la diera a un actor. Algo que puede parecer tan sencillo, al menos así se lo parecía a la directora, conlleva en realidad mucho trabajo previo, pues hay que adiestrar al animal a cruzar el espacio sin asustarse o distraerse, llevar un papel en la boca sin masticarlo ni tirarlo y todo eso fijarlo bien para que lo haga cada noche durante más de un mes. Además cada día de actuación implica el trabajo del perro y de su cuidador. El coste total de todo eso era mayor que contratar a un actor humano, algo que indignó sobremanera a Angélica Liddell y así lo hizo saber escribiendo todo un monólogo sobre el tema y haciendo ella misma el papel.

EN SU FIESTA SE COLÓ…UNA PALOMA
Otro intento fallido de utilizar un animal en escena fue en el primer montaje de Hoy no me puedo levantar. Un buen día surgió la idea de que en un número se soltase una paloma, diese unas vueltas por el patio de butacas y regresase mansamente al escenario para ser recogida hasta el día siguiente. Sin duda la imagen hubiese sido espectacular, pero ningún adiestrador sensato podía asegurar que la paloma regresase siempre al escenario, mientras que era muy probable que, a pesar de que se realizase el inmenso trabajo de adiestrar a la paloma para que lo hiciera, mas de una vez se quedara posada en alguna parte del anfiteatro durante toda la función o hasta que se pudiera conseguir que regresara, eso sí, dejando muy probablemente algún «regalito» a los espectadores de las butacas de abajo. Por todo ello se desestimó la idea
