
Antón García Abril podría, por aspecto, estar con aquellos señores sabios que hablaban con el jovencito del salacot. Para todos los que llenábamos el salón central del Gabinete es el maestro que puso sobre la partitura nuestros deseos de conocimiento sobre el águila real o el lobo y el que hizo saltar de su asiento a Félix: «Cuando oyó la música saltó entusiasmado y dijo que eso era exactamente lo que estaba buscando. Tanto le gustó que se llevó la partitura y tuve que hacerla de nuevo».
El rostro del maestro, que nos había regalado varias muestras del humor ácido que caracteriza a quién ha vivido mucho, se tornó sombrío al recordar la muerte de Félix: «Mi padre se estaba muriendo y me había pedido que viajara fuera de Madrid porque quería verme. Entonces llegó la noticia de la muerte de Felix, Teodoro y Alberto. Fue un impacto tremendo y me quedé. Lo recuerdo como momentos de tristeza y culpa por no estar con mi padre».
Pero siempre queda el recuerdo de los buenos momentos: «Quedábamos en el restaurante Chotis, cerca de aquí, y hablábamos de trabajo mientras nos comíamos un chuletón. Al principio pensé que me había metido en un lío tremendo porque en las películas los sentimientos te van guiando, en un documental no».
El resultado, sin embargo, se ha convertido en un himno a la conservación de la naturaleza que dio la vuelta al mundo, desde la URSS hasta Cuba, y que pronto podremos disfrutar separado de las imágenes: «Hace tiempo, me pidieron grabar de nuevo los temas con la orquesta de RTVE, pero me negué. No sonaría igual. Ahora mis grabaciones originales se están remasterizando para sacar un box de varios cd’s con temas seleccionados por mí».
Mientras esperamos a las navidades, nos dejó el recuerdo imborrable de oírle, de sus propias manos, la melodía de cabecera, aunque con media sonrisa socarrona le recordó a Luis Miguel que «eso no es un piano» señalando el órgano eléctrico colocado en mitad de la sala.
Hace ya muchos años que García Abril no compone bandas sonoras: «no fui yo, fue el cine quien me dejó a mí», dedicándose a la música sinfónica. La intérprete Pilar Rius nos dejó una muestra de la obra de uno de nuestros mejores compositores.
Y nos fuimos, como quien se va de casa de un amigo, sabiendo que habíamos sido testigos de uno de esos momentos de comunión entre humanos que tanto echamos de menos. Y nos despedimos de Antón García Abril, agradeciéndole todo lo que ha hecho por nosotros con su música. Y nos despedimos de los compañeros del Gabinete, David y Luis Miguel Domínguez, que como Tricicle al final de sus espectáculos, nos abría la puerta del portal y nos despedía. La función había acabado, ahora nos tocaba volver al frío siglo XXI.