«No lo hagas tan bonito» le decían en su empresa a este parleño de nacimiento afincado ahora en una casa con jardín del término municipal de Illescas. La vida de Miguel Borja Bersabé está llena de personas que han intentado desanimarle, que le han recomendado seguir la senda de la mediocridad porque, ¿para qué esforzarse?. Sin embargo, Bersabé supo hacer de la crisis virtud para intentar la aventura de ser artista de naturaleza en este país.
«No pintes animales, si pintas un león la gente no va a saber si está bien y no lo van a apreciar. Haz retratos» le espetó una profesora de escultura ante la insistencia de Miguel por empezar a hacer animales en lugar de narices y orejas. No volvió más a clase. Se denomina autodidacta con muchos maestros, entre ellos su padre, un pintor de brocha gorda que sin embargo hacía óleos de su pueblo natal en Andalucía. Miguel le ayudaba. A los 11 años terminó su primer cuadro él solo. Ya no había marcha atrás.
La pasión por los animales también la lleva desde niño, cuando jugaba en los descampados de una Parla muy diferente a la de ahora, con calles sin asfaltar, higueras donde refugiarse del calor y la aventura que significaba cruzar al otro lado de las vías del tren. «Recuerdo cómo íbamos al cole con las katiuskas porque cuando llovía las calles eran un barrizal».
Durante 30 años trabajó en fundiciones y empresas de souvenirs, realizando los diseños que luego llenarían las tiendas para turistas de toda España. «El dueño de estas empresas suele ser un antiguo empleado que se puso por su cuenta y se llevó a los clientes, así que tienen mucho miedo a que tú puedas hacer lo mismo. Me decían que no lo hiciera tan bien porque al final la gente prefería cosas más feas». Con la crisis empiezan a dejar de pagarle algunos meses. «Al principio es un mes, luego dos, tres, amenazas con denunciar y te pagan uno. Cuando me quise dar cuenta me debían mucho dinero y acabé denunciando. La resolución judicial les obliga a pagar, pero si no lo hacen tampoco pasa nada. Me despidieron y pude cobrar la prestación. No sabía qué hacer. Yo no soy un inversor, así que me decidí por invertir en mí.»
Miguel habla con pasión en el altillo de su casa que sirve como despacho y taller. No es la típica imagen de lugar de trabajo con restos de pintura o trozos de hierros, sino un espacio pulcro y limpio, «el caos está dentro de los cajones» bromea. Su casa es

un espacio diáfano de techos altos donde se pasa de forma natural de una estancia a otra, sin tabiques ni recovecos. Miguel es así, natural, directo y acogedor. De las paredes cuelgan los cuadros que aún no ha podido vender. No es fácil. En España no hay mucha tradición de artistas de naturaleza, aunque reconoce que es de opinión general que está empezando a haber un mayor interés por parte del público.
«¿Quién te va a comprar estas cosas? me decían algunas personas, pero yo no quiero tener que arrepentirme por no haberlo intentado. Voy a seguir haciendo pintura y escultura porque me sale de dentro. No pienso en si va a gustar o no, pero me gusta saber que con lo que hago puedo ayudar a que se valore más la naturaleza». Animalista convencido, Miguel reconoce que hay mucho por hacer, aunque no sabe si podremos compensar alguna vez a la naturaleza por todo el daño que la estamos haciendo. «Cuando fui a por un poste para poner unas cajas y que los pajaritos anidaran en el jardín, un lugareño que me vio me dijo que esa madera no servía como leña, que él sabía dónde había madera buena. No le di explicaciones»
Su padre tenía una sensibilidad especial con los animales, tanto, que cuando ponían los documentales de Félix Rodríguez de la Fuente le daba pena ver las escenas donde se hacían daño, «al final le echábamos del salón porque no paraba de decir ¡pobrecito!, y no nos dejaba escuchar». Sin embargo, la manía de comentar en voz alta la serie de Félix ha marcado mucho las esculturas de Miguel, «cuando había algunas escenas de acción mi padre las comentaba de forma muy efusiva. Yo intento reflejar ese ¡uy, uy, mira, mira! que decía mi padre en algunas de mis esculturas. Intento captar el momento justo, de manera que sepamos qué ha pasado un segundo antes y qué pasará un segundo después»
Eso imprime a la escultura de Miguel un dinamismo especial y hace que sus obras desprendan vida. «Cada obra tiene su momento. La idea está ahí, latente, a veces intentas empezar y no te sale, no es el momento. Cuando llega, te das cuenta». Una escultura puede llevar unas 40 horas de trabajo efectivo, aunque hay mucho trabajo previo. «Estudio mucho a cada especie. Ahora con internet es maravilloso porque hay imágenes caminando dentro de una manada de leones, por ejemplo. La perfección está en el movimiento».
Rodeado de sus perros, a los que adora, habla emocionado de su nuevo proyecto: La muestra de arte naturalista que se celebrará en Madrid, en el Gabinete de Historia Natural, los días 11, 12 y 13 de marzo. «Va a ser una feria única de artistas de naturaleza a nivel internacional. Me está dando la oportunidad de conocer a personas de todo el mundo que reciben la idea con entusiasmo», aunque también ha recibido alguna negativa, «contacté con una asociación por si querían colaborar y me dijeron que no porque la muestra estaba enfocada en los animales y ellos defendían el medio ambiente».