Hacía tiempo que el lobo ibérico no estaba tanto en los medios y en la boca de la gente, seguramente, desde aquellos años setenta cuando gracias al empuje de Félix Rodríguez de la Fuente se consiguió que el lobo dejara de tener consideración de alimaña para pasar a ser especie cinegética.
El 4 de abril de 1970 se publicó en el BOE la nueva ley de caza que en su articulo 4º punto 3 daba consideración de caza mayor al lobo y al lince, entre otros, sacándolos del gran saco de las alimañas a las que había que exterminar. De este modo, debían respetarse las vedas y controlarse su número, pero asegurándose de que no se extinguieran.
Esta ley generó reacciones encendidas en ciertas zonas del país que profetizaban el final de la ganadería y del mundo rural. Así, en un artículo publicado en el ABC el 10 de febrero de 1971, firmado por «El pastor poeta», se calificaba al lobo como «destructor de la economía».
En la VII Conferencia Europea de criadores de ganado de la raza parda alpina, en León, los «ganaderos, labradores, avicultores y pastores en general» se muestran contrarios a la nueva ley de caza, argumentando los daños causados por este animal que llegaban a cifras de «5.345 ovejas, 1.328 cabras, 160 ovinos y 35 equinos» segun una encuesta realizada en 1964 por el Diario de León. Así lo recoge la crónica publicada el 3 de junio de 1970 en el diario ABC. Lo que no cuentan es que un mes antes, el 24 de mayo, en el mismo diario, se explica que esa encuesta la realizó un veterinario provincial, Don Moisés Puente Castro, del que no conocemos ni su método, ni su objetividad.
En esta última columna del 24 de mayo, el autor, Máximo Cayón Waldaliso, escribe:
«Desde tiempo inmemorial se viene cazando al lobo en la provincia leonesa, ya que sus estragos han hecho tambalear y hasta han arruinado a muchas economías familiares en todas las épocas.
(…) a estos dañinos mamiferos, que tan sañudamente atentan a la conservación y fomento de la ganadería provincial e incluso a la riqueza cinegética.»
Hay muchos más ejemplos, como un artículo devastador del 29 de octubre de 1969 escrito por J. E. Casariego que mereció una contestación de Félix Rodriguez de la Fuente un par de semanas más tarde. Todo ello nos puede hacer pensar que una mayor protección del lobo habría llevado a la ruina a la ganadería española. Pero no. Según uno de los mejores estudios sobre el sector ganadero en la España de 1940 a 1985 escrito por Rafael Domínguez Martín de la Universidad de Cantabria, la crisis de la ganadería tradicional entre 1960 y 1975 tuvo que ver con una mayor demanda de carne por parte de un pueblo español que empezaba a disfrutar de una mayor renta per cápita y de los turistas que empezaban a llegar a raudales. Los núcleos urbanos requerían gran cantidad de proteínas animales, baratas y constantes, durante todo el año. La industrialización de la ganadería y las nuevas técnicas de fertilización se comieron a las explotaciones ligadas al suelo.
El campo se quedó sin mozos que se iban a buscar la vida a las ciudades y con explotaciones tradicionales absorbidas por la ganadería industrial. El lobo no tuvo nada que ver, sobre todo porque ese proceso también ocurrió en zonas donde ese animal ni estaba, ni se le esperaba desde hacía mucho tiempo.
Los ciervos, los corzos, las cabras montesas, los jabalies… todos ellos conviven con el lobo sin que acaben con tan preciada «riqueza cinegética», es más, se puede decir que en el caso de las cabras de Guadarrama o de los jabalies, llegan a ser plaga allí donde no hay lobos que los controlen.
Ahora sabemos más sobre su ecología y sus costumbres y muchos nos esforzamos por sustituir el saber popular por el saber científico, pero seguimos encontrándonos con los mismos argumentos que entonces.
Ahora, al igual que hace más de 40 años, muchas voces proclaman el fin de la ganadería si el lobo tuviera una protección estricta, que es lo que se pide ahora.
La lucha mediática que rodea al lobo no tiene parangón con ninguna otra especie ibérica. Ni siquiera el oso genera tanto revuelo, aunque también podríamos hablar de la caza furtiva que se lleva por delante unos cuanto ejemplares cada año, pero no, nada comparable con la cantidad de información, nada inocente, que se publica sobre el lobo.
Los censos oficiales inflan las cifras, dando la impresión de que está en expansión y recuperándose a un ritmo vertiginoso con 47 nuevas manadas en menos de 7 años, según datos del ministerio de agricultura. Pero estos datos no dejan de ser extraños, teniendo en cuenta la cantidad de lobos que se matan de forma «legal» e ilegal anualmente, los atropellados en nuestra vasta red de autopistas y autovías y los muertos de forma natural.
Se está creando la idea en la población de que cada vez hay más lobos y más ataques al ganado, creando grandes pérdidas al sector ganadero pero, ¿es eso cierto?
Como explica Juan Carlos Blanco:
«Al expandirse los lobos por zonas donde han estado ausentes 50 años -como en Madrid-, lo que ha pasado es que se han encontrado al ganado desprotegido porque los ganaderos no estaban acostumbrados a convivir con el animal»
Al aparecer en zonas donde apenas hay caza salvaje, y el ganado está desprotegido por la ausencia de pastores, es normal que haya ataques, pero las cifras oficiales son muy diferentes a las ofrecidas por los ganaderos. Los prejuicios y la picaresca siguen jugando una baza importante.
La muerte de ejemplares sigue siendo la opción preferida cuando hay ataques, pero los especialistas no dejan de explicar que es contraproducente, como David Nieto Macein:
» Al quitarle miembros a la manada, esta no puede hacer frente a sus presas naturales como ciervos o corzos y se ve obligada a seguir atacando presas fáciles como el ganado doméstico. De ese modo, sus cachorros aprenderán también esta técnica, cerrando un círculo que complica aquello que pretende resolver»
La caza del lobo en realidad tiene otros objetivos, económicos y de clase, por eso interesa que la opinión pública piense que hay lobos de sobra.
La realidad es que no ha habido un censo nacional desde 1988, cuando la politica medioambiental aún le correspondía al gobierno central, y lo realizó el ICONA. Desde entonces, son todos realizados por las Comunidades Autónomas, muy influenciables por sindicatos y sectores profesionales. El último que hizo la Junta de Castilla y León en el 2013 dio como resultado 179 manadas, dando una estimación de 1600 ejemplares, es decir, una media de 9-10 lobos por manada. Eso implica que debería haber manadas de ¿15 ejemplares? ni siquiera en las manadas de Alaska o Yellowstone es frecuente ver esos números, así que menos aún corriendo por los valles de Zamora.
En Europa, la estimación general de lobos por manada es de entre 2 y 7, y varios estudios en la Cordillera Cantábrica lo fijaban en 4-5. Si volvemos a hacer números con estos nuevos datos son: 179×4=716 lobos en Castilla y León en verano, que es cuando se realizan los censos en España. Los censos internacionales se hacen en invierno, porque hasta el 34% de los cachorros pueden morir en sus primeros meses de vida, incluso en ambientes no humanizados (Echegaray-2014).
716 ya no son 1600.
Según un decreto del año pasado, la Junta permitirá cazar hasta 143 lobos anualmente durante tres temporadas consecutivas (2017, 2018 y 2019). Si a 716 le restamos 143 nos quedarán a final de temporada 573 lobos en Castilla y León. Durante tres años se matarán 429 ejemplares, más los cazados ilegalmente y los que perecen en las carreteras o por medios naturales, así que más vale que espabilen y saquen adelante a muchos cachorros, porque a ese ritmo podrían exterminarlos en menos de 10 años.
En los últimos 10 lustros ha llegado la democracia, el teléfono móvil, internet, la Wikipedia, Punset, los coches eléctricos, un mundial de fútbol y hasta la tortilla deconstruida, pero seguimos arrastrando comportamientos ancestrales, basados en cuentos y miedos y no en ciencia e investigación. Si no conseguimos sacudirnos los intereses particulares y a los políticos cobardes pronto, tal vez cuando lo hagamos nos llevemos una sorpresa.
Patricio Jiménez