Don Miguel de Cervantes escribió muchas más cosas que El Quijote. Escribió novelas y era también un gran dramaturgo. De hecho, El Quijote no fue su obra preferida. Como ocurre frecuentemente, la crítica, el público y el autor, no siempre van de la mano.
Fue de su último libro del que estaba más orgulloso, una novela de las llamadas bizantinas, muy de los gustos de la época, donde una pareja de enamorados deben separarse y tras múltiples peripecias acabar encontrándose al final del libro para contraer matrimonio.
Así es Los trabajos de Persiles y Sigismunda, donde una pareja de príncipes nórdicos deben separarse y viajan por diferentes países hasta encontrarse en Roma y poder casarse. Es una novela compleja donde algunos críticos ven lo que serían los primeros rasgos del Realismo mágico, que cuatro siglos después sería la característica principal de toda una generación de autores latinoamericanos con Mario Vargas Llosa y Gabriel García Márquez a la cabeza.
Pero, ¿conocía Cervantes esos países del norte? Sabemos que conocía Italia bastante bien y, muy a su pesar, también conoció Argel, aunque presumiblemente no pudo pasear mucho por sus calles.
De lo que no tenemos constancia alguna es de que conociera los países nórdicos, por eso debió recurrir a uno de los libros de referencia para muchos autores y que aún hoy sirve para conocer los usos y costumbres de los suecos del siglo XVI. Se trata de la Historia de gentibus septentrionalibus, un libro de Olaus Magnus que hace un repaso por la historia social, cultural y natural de las gentes septentrionales.
Entre todos los capítulos, nos pueden interesar dos, dentro del apartado de los animales silvestres: El diez titulado «De los lobos y su crueldad» y el once con el nombre «De la múltiple especie de lobos» Como es de imaginar, al señor Magnus no le caían muy bien, pues según él, son animales crueles y malvados:
«Como África y Egipto engendran torpes y pequeños lobos, así la fría superficie del Septentrión los produce huraños y feroces. Su crueldad y maldad demuestra que en efecto así es, particularmente en la época del coito y del frío intenso»
En esas épocas, incluso recomienda que todos los viajeros salgan armados y a ser posible acompañados, sobre todo las mujeres embarazadas, pues los lobos las huelen y las acechan con preferencia.
Dice Magnus, que los lobos en enero bajan en manadas, lo cual apunta un comportamiento que también conocemos en nuestros lobos, y es que con el invierno las manadas se juntan y se mueven más.
Igual que podemos encontrar referencias en textos españoles sobre lobos que en las frías noches de invierno entran en los pueblos y roban caballerías de los establos, aquí también aparece:
«… cuando les apremia el hambre, el frío y el celo natural, caen con tanta rabia y ferocidad que, penetrando en las habitaciones humanas devoran allí mismo con gran rapidez los jumentos o se los llevan consigo despedazados a las selvas»
Para protegerse, los campesinos les ponen cepos o mueren «…sumergidos en cavernas subterráneas por la avidez de presas, son consumidos por el hambre.» Lo que puede significar algún tipo de trampa al estilo del hoyo o el foso lobal, que también se usaron en la península ibérica.
En el capítulo once, Olaus habla de diferentes tipos de razas de lobo y de cómo conseguir mestizos porque, según él, son los mejores para defender al ganado, pero eso, mejor lo dejamos, para otra pincelada.
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