Imaginemos que hemos invitado a un compañero de la oficina a comer a casa. Es de esas personas que nos caen bien desde el principio, así que hemos decidido dar el salto y quedar con él y con su familia fuera del trabajo.
Nuestro compañero/amigo se presenta en casa con su mujer y su hijo de 4 años. Ella es como él, tranquila, educada y un poquito sosa. Todo parece que va a ir bien, pero la calma se acaba en el momento en que el nene pone un pie en nuestra hogar.
A partir de ese instante no hay un momento de calma. El niño interrumpe constantemente, se nos sube encima, salta en el sillón, coge las figuritas de porcelana del aparador y, lo peor, abre la nevera y se zampa ese postre que estábamos guardando desde principio de semana para comérnoslo viendo la película del sábado.
El nombre del angelito resuena constantemente por toda la casa a través de las bocas de sus padres, pero da lo mismo, éste no se da por enterado.
Cuando por fin se van, lo que queda es un silencio sepulcral y tu convicción interna de que jamás tendrás hijos, y cuando alguien te pregunte por el angelito tu respuesta será clara: “ está muy mal educado”.
Vamos a pensar en esta situación un momento, ¿por qué es así este niño?, ¿genética?, ¿sólo genética? Evidentemente no. ¿Ha sido siempre así? Si preguntáramos a los padres, nos dirían que siempre ha sido desobediente, pero claro, según va creciendo es más difícil de controlar.
Es claro que a una situación así no se llega en unos meses, sino que es el resultado de un ambiente educativo específico desde el principio.
Un mes después de la comida, el padre de la criatura te cuenta que han inscrito al niño en una escuela de circo, porque le gusta mucho. Ha aprendido juegos de equilibrio y trucos de magia, y está mucho mejor. Con esas noticias te decides a darle una nueva oportunidad y organizar otra comida familiar.
Mientras el niño os está mostrando los trucos que ha aprendido, está calmado, centrado y simpático, pero cuando los padres le dicen que pare y le quitan la varita mágica, entra en cólera, reparte patadas a diestro y siniestro y tira de un manotazo las figuritas del aparador.
Definitivamente decides que no tendrás hijos.
En un mes, el niño ha aprendido una serie de habilidades, es decir, le han adiestrado en el arte circense, pero, aunque le ha servido para aprender a concentrarse y ha adquirido algo de disciplina y autocontrol, el niño sigue siendo un maleducado.
¿Cómo se ha llegado a esta situación?
Por una falta clara de límites en la educación del niño. Desde bebé, se ha permitido que éste haga principalmente aquello que le apetece, sin restricciones claras, sin normas precisas que cumplir y sin consecuencias de sus actos, lo que ha generado principalmente dos cosas:
- Falta de resistencia a la frustración. Si alguien se acostumbra a conseguir siempre sus objetivos, no soportará no alcanzarlos alguna vez (seguramente conozcamos a alguien así en nuestra vida diaria); pero debemos entender que educar a un ser vivo es educarlo para la vida, y lo normal es que no podamos tener siempre todo lo que queremos. Debemos, pues, estar preparados para afrontarlo.
- Falta de autocontrol. El autocontrol es lo que nos hace tener la capacidad de esforzarnos en los estudios o en nuestro trabajo, y es imprescindible para controlar nuestra agresividad. Es, pues, fundamental para ser personas equilibradas e integradas en la sociedad.
Todos los que somos padres sabemos que siempre es más fácil dejar que el niño haga lo que quiere y amoldarnos nosotros, que ser constantes y perseverantes ante las rabietas o triquiñuelas de nuestros hijos por conseguir lo que quiere.
El caso del principio es un ejemplo típico, y grave. Los padres no han sido capaces de ir guiando al niño y enseñarle lo que puede o no puede hacer, dificultando mucho la convivencia.
¿Por qué el circo no lo resolvió? Porque la situación era extrema y el adiestramiento de un mes, dos o tres no pueden resolver lo que no se ha hecho en 4 años. En el caso en que el niño simplemente hubiese sido muy inquieto y un poco disperso, la actividad extraescolar podría haber sido suficiente.
Vale, ¿y con un perro qué?
Hasta ahora, era impensable para la comunidad científica y para la sociedad hablar de similitudes entre el cerebro y la capacidad intelectual de los hombres y los animales. Por eso estos últimos siempre fueron tratados como seres mucho más simples e inferiores.
Afortunadamente, la ciencia está cambiando y muchos investigadores están demostrando que la capacidad mental de un perro es muy parecida a la de un niño de pocos años de edad. No hay que preocuparse, a partir de los tres o cuatro años nuestro cerebro y nuestra personalidad se complican; así que nuestra dignidad está a salvo.
Nos resulta mucho más fácil visualizar estos comportamientos desde el punto de vista humano, por eso el ejemplo anterior era con un niño. Pero adaptemos el caso a un perro.
Cuando un perro no hace caso al dueño, se sube a los sillones, se come los calcetines, se les sube encima a las visitas o tira de la correa como un loco, lo que debemos pensar es que ese perro está muy mal educado. Los dueños no han sabido guiar al perro, al igual que los padres del ejemplo anterior, y de igual manera, la educación es una labor diaria que no se ha hecho correctamente.
Debemos pensar, además, que un porcentaje altísimo de agresividad en perros de compañía viene dada por lo que hablamos al principio, la frustración y la falta de autocontrol. Los gruñidos y los ataques de muchos perros de compañía hacia sus dueños tienen el mismo origen que las rabietas, las patadas y los mordiscos de los hijos hacia sus padres.
Ante esta situación, muchos dueños llevan a sus perros a un profesional. Como dijimos, la comunidad científica está revisando conceptos y teorías antiguas actualizándolas por otras nuevas; pero el cambio en la sociedad siempre es más lento, por lo que es muy habitual que nosotros llevemos nuestro perro a educar y lo que le enseñen sean ejercicios de obediencia básica.
Que nuestro animal aprenda a sentarse y estarse quieto a la orden, no tirar de la correa y no subirse a las visitas es muy práctico para controlar a nuestro perro y puede aliviar, que no curar, casos leves y moderados de problemas de educación; pero será insuficiente y desastroso ante casos graves.
La educación es un trabajo diario, continuo, que deben hacer los dueños en el ambiente habitual del perro. El adiestramiento se aprende en un periodo concreto de tiempo y lo puede hacer una persona distinta en un lugar distinto al hogar.
La educación es un proceso mucho más profundo, que lleva al perro a actuar de una manera concreta por propia iniciativa. El adiestramiento guía al perro hacia una serie de conductas para conseguir un premio o evitar un castigo.
Tanto la educación como el adiestramiento son complementarios. De hecho un perro bien educado, equilibrado y con autocontrol será mucho más eficaz a la hora de aprender nuevas habilidades.
¿cómo educar a nuestro perro?
Hay que partir de la base de que la educación es un proceso profundo que requiere esfuerzo, dedicación y coherencia. Las personas inconstantes o con poca capacidad de esfuerzo van a tener más dificultades a la hora de seguir un plan educativo.
Debemos saber que hay dos pilares fundamentales en la educación: el afecto y la disciplina.
Antes de seguir voy a hacer algunas consideraciones sobre la disciplina. Actualmente esta palabra tiene muy mala imagen y se asocia con castigo y represión; pero no tiene por qué ser así. Queramos o no, vivimos en una sociedad en la que hay normas que regulan la convivencia. Nosotros aprendemos cuáles son esas normas y, en general, tendemos a cumplirlas para no quedar excluidos de la sociedad. Enseñar y respetar esas normas es inculcar una disciplina. Si lo hacemos con afecto y comprensión o con castigo y represión es un problema externo a la disciplina en sí misma.
Así pues, por un lado es fundamental que exista afecto para conseguir crear un vínculo con nuestro perro y para que éste no tenga miedo a comportarse de forma natural ante nosotros. Se trata de que confíe, no de que nos tema.
Por otro, la disciplina la conseguimos estableciendo una serie de normas en las que quede claro qué le permitimos y qué le prohibimos hacer a nuestro perro. Esas normas deben cumplir una serie de requisitos:
- No debemos agobiarnos y ser realistas. La lista de normas no es una declaración de intenciones sino un plan para cumplir a rajatabla. De nada sirven muchas normas complejas y que no se pueden hacer cumplir. Es preferible que sean pocas y claras.
- Deben consensuarse entre todos los miembros de la familia para que todos las hagan cumplir por igual.
- Hay que tener en cuenta también las necesidades del perro. No podemos pretender que un cachorro esté 8 horas diarias sin hacer nada. Habrá que poner a su disposición juguetes rellenos de comida para que se entretenga. O, cuando vienen las visitas, no podemos pretender que se quede sentado en su rincón toda la tarde, con que no esté insistiendo en jugar es suficiente.
- Si nuestro perro es cachorro, pensad normas teniendo en cuenta que crecerá y será más grande y fuerte.
- Por favor, olvidaos de teorías dominantes y normas como salir antes por las puertas o comer antes que el perro.
Para que las normas sean efectivas se deben hacer cumplir SIEMPRE, tanto en sábado como después de todo un día de trabajo. Si rompes el límite una sola vez, habrás estropeado todo el trabajo previo.
Para que las normas sean efectivas se deben hacer cumplir sin agresividad. Se trata de crear un límite no de que actúe para evitar tu enfado.
Caso práctico
Imaginemos que, entre otras cosas, nuestro perro tiene la costumbre de adentrarse en nuestra habitación y coger la ropa interior o los calcetines, fabricando “tomates” prematuros.
La sabiduría popular nos recomendaría pegarle con el calcetín o con lo que tuviésemos a mano “para que se le quiten las ganas” de volver a hacerlo. Para el perro, morder la ropa interior es un hábito que le reporta algún placer y, al castigarle, lo único que aprenderá es a entrar a la habitación sólo cuando tú no estés.
Los hábitos no se quitan castigando cada vez que se llevan a cabo sino que, como se fortalecen con la repetición, se olvidan si evitamos que se produzcan.
Debemos poner un límite y, en primer lugar, evitar que entre a la habitación. En nuestra presencia, cada vez que lo intente, le pararemos antes de entrar, y si ya lo ha hecho le diremos FUERA y le sacaremos. Seremos firmes pero sin gritos ni violencia.
Si lo hacemos SIEMPRE, veremos como muy pronto nuestro perro simplemente dejará de intentarlo, y todo sin un solo castigo ni un solo premio.
Para que sea realmente efectivo, debemos evitar que entre también cuando no estemos presentes. Podría explicar métodos complejos pero lo normal es que sea suficiente con cerrar la puerta.
Si además le damos juguetes rellenos de comida para que se entretenga, con el tiempo dejará su obsesión fetichista y, si al año nos olvidamos de cerrar la puerta, lo normal es que ni siquiera intente entrar.
Parece simple, pero sólo con esto hemos conseguido:
- Enseñarle que hay límites que debe respetar, no por castigo, sino simplemente porque es así. Su perro no le temerá, sencillamente entenderá que ciertas cosas no se hacen y se adaptará.
- Enseñarle autocontrol; él podría entrar a pesar de su límite -no hay miedo al castigo de por medio-, pero el perro DECIDE no entrar aunque preferiría hacer lo contrario.
- Enseñarle resistencia a la frustración, él quiere coger los calcetines pero no puede; para algunos será una frustración pequeña y para otros será algo horrible, pero todos tendrán que aprender a convivir con ella.
- Modificar el comportamiento del perro de una forma duradera, sin gritos ni castigos. Nos daremos cuenta que nuestro amigo canino no sólo no desconfía de nosotros sino que, si somos coherentes con las normas exigidas, nos respetará más.
Si durante el proceso, se nos olvida cerrar la puerta algún día, o nos despistamos y nos coge nuestra lencería fina, no descarguemos nuestra frustración pegando al perro, en realidad, el error ha sido nuestro.
Somos responsables de un ser vivo, no es una chaqueta o un bolso que no hace nada mientras no lo usamos. Los perros son muy inteligentes y somos responsables de su alimentación, su salud y también de su educación. Si no somos capaces de proporcionarles alguna de las tres cosas tal vez no debamos hacernos cargo de un animal.
Para algunas personas, ante el impulso de comprar un perro deberían renovar su vestuario.
Patricio Jiménez.
Titulado Master en psicodiagnóstico canino.
www.culturaanimal.es
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