Este título tan largo corresponde al título de un libro que ofrece exactamente lo que dice. Está escrito por Miguel Díaz, un adiestrador canino con muchos años de experiencia que dirige actualmente el centro canino Camada (www.camadaweb.com). Reconozco que no soy muy amigo de los libros de adiestramiento ni de los libros sobre perros en general, pues considero que pocos dicen cosas interesantes y no dejan de ser refritos unos de otros, entonces ¿qué tiene este de especial?, en primer lugar porque le conozco y sé que no es de ningún país nórdico donde todo son zonas verdes y abundan los border collies, sino que es de aquí, donde abundan los coches, las personas incívicas y los chuchos (dicho con todo el respeto) que quieren comerse a todo lo que se mueve, y por lo tanto, conoce perfectamente nuestra realidad y habla desde la experiencia que tiene sobre ella.
Por otro lado, a Miguel le conocí en el master de Psicodiagnóstico e intervención clínica y educativa canina que nos impartió Javier Ibañez -uff hace ya unos cuantos años- y en el que se daba la vuelta a muchas de las «verdades» establecidas desde hace mucho tiempo y aceptadas por todos los profesionales. Por eso, era muy grato ver a alguien con la experiencia de Miguel, queriendo seguir aprendiendo e incluso, lo que es más difícil, desaprendiendo algunos de los paradigmas establecidos. Por eso, cuando me enteré de que se había lanzado a escribir un libro, lo compré sin dudar.
Es un libro delgado, que no llega a las 100 páginas, de letra clara y espaciosa, distribuido en 24 capítulos. A partir del 17, cada capítulo nos explica cómo enseñar un determinado ejercicio de obediencia básica, tal y como podría ser cualquier otro, pero la gran diferencia, lo que hace especial este libro, son sus primeros capítulos. Voy a explicar por qué.
LAS COSAS POR SU NOMBRE
Algún día tendré que hacer un post sobre los pros y los contras de la llamada educación en positivo, porque está claro que ya ha cumplido su función y es hora de revisar ciertos conceptos. Está claro que llegó en un momento en que cierto tipo de adiestramiento clásico no encajaba con la actitud que se estaba fraguando con respecto a los animales en general y los perros en particular. El respeto hacia los animales no era compatible con métodos basados en el castigo y el dolor del adiestramiento usado habitualmente con los perros. Recuerdo perfectamente, en un pueblo de Zamora, como un hombre llamó a un cachorrito de pastor alemán y, cuando se acercó, le propinó un golpe tremendo en el hocico «para que aprendiera a desconfiar de los extraños» le dijo al dueño.
Los métodos en positivo se expandieron con rapidez porque, por fin, en España la mayoría de la gente estaba predispuesta a tratar bien a los perros. Surgieron muchos adiestradores nuevos que se abastecían de toneladas de salchichas y despreciaban cualquier otro método, y muchos veteranos tuvieron que adaptarse porque no ser «educador en positivo» estaba, y está, muy mal visto.
El problema es cuando nos volvemos ultra conservadores y abrazamos un método como la verdad absoluta. Como muchas otras cosas en este país, en el que cada vez parece que tienen menos cabida los términos medios, si no se emplea exclusivamente la salchicha y los alabos para adiestrar, se era un maltratador animal.
En realidad, esta actitud da pie a situaciones absurdas. Recuerdo como, en un curso de educación en positivo que recibí hace años, vino una persona que competía a primer nivel en campeonatos de obediencia. Cuando se dispuso a enseñarnos el material que utilizaba, entre las bolsas de premios, el mordedor y algún que otro juguete, sacó un collar de púas. Nos pidió que no sacáramos fotos de eso, para que no hablaran mal de él, pero nos dijo que si no se lo ponía de vez en cuando, al perro se le olvidaba que tenía que obedecer. Ni que decir tiene, que por eso y otros motivos, el método positivo no me convenció demasiado, por ineficaz.
Hasta ahora, nunca había podido explicar con palabras lo que buía en mi cabeza, hasta que leí el segundo capítulo del libro de Miguel. Efectivamente, el castigo y el dolor es malo, por ética y porque el dolor solo genera la necesidad de huir de lo que lo provoca, impidiendo al perro pensar, pero no seamos ingenuos, el perro sabe sentarse y estarse quieto desde que nace, pero si queremos que lo haga cuando nosotros queremos, eso implica obligarle. En el momento en que pretendemos que haya una obediencia, debe haber una sumisión por parte del que debe obedecer. Darle al animal un trozo de salchicha para que se siente no le enseña a obedecer la orden, sino solo a sentarse para conseguir lo que realmente le importa, que es la comida. No le hace pensar, pues la orden es lo de menos, de hecho, si le enseñamos la salchicha sin decirle nada, éste nos desplegará todo su repertorio para ver con cuál le premiamos, pues ese es su único objetivo. Por otro lado, si en algún momento el premio desaparece durante un tiempo, o desobedecer le reporta también un beneficio, adiós al método positivo. Por eso, este método es poco práctico con adiestramientos complejos, y todos los que se dedican a ellos, lo saben.
Pero como hemos dicho, y como recalca Miguel muy bien, el dolor y el maltrato está por completo fuera de lugar, pero si queremos que nuestro perro piense las órdenes y nos obedezca siempre y a la primera, debe someterse y aceptar lo que le pedimos.
Miguel nos enseña un método de adiestramiento basado en el conocimiento y el respeto del perro pero sin paños calientes, sin hipocresías ni apariencias, y además lo hace con generosidad, explicando los trucos y las dificultades que nos encontraremos en el proceso.
Solo echo en falta un poquito más de detalle con la orden de la llamada y el uso del collar educativo, pues se me hace un poco escueto, pero sin duda, un libro muy recomendable.
Gracias Miguel.
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