Hace días, fui al concierto de Serrat en Madrid y, mientras escuchaba una y otra canción en castellano, pensé en lo que me gustaría escuchar algunos temas en su idioma original, en catalán, y mi mente se fue a las críticas vertidas hacia él en su propia tierra.
Entonces, escuchando Para la libertad, pensé en por qué no me ponía una camiseta con los colores de la bandera de España, cuando sí lo he hecho con la de Irlanda, por ejemplo. Y no es por que me pueda llamar facha cualquier “descerebrao”, sino porque, yo mismo, considero que la bandera y el himno son símbolos que no representan al país en el que yo vivo. Por algún motivo, un pequeño sector de la población se ha apropiado de ellos, los ha hecho suyos, los ha manipulado y se los ha robado al resto. Ha sido, lo que en los últimos años hemos oído decir mucho: una apropiación indebida. Ocurre mucho más a menudo de lo que creemos, pero mientras los políticos o los empresarios se apropian de cosas materiales, los grupos de opinión se apropian de conceptos, impunemente, pues eso no está perseguido por la ley. En todos los ámbitos, como la cultura, la política… hay diversos conceptos de los que todos quieren apoderarse. Y la preservación del medio ambiente no escapa a esa lucha. Diversos grupos, asociaciones, especialistas de todo tipo, pelean por poseer la verdad sobre los animales, las plantas, la conservación, porque erigirse como el “pueblo elegido” les infiere la capacidad de dar voz a quien no la tiene y justifica su propia existencia ligada al bien que pretenden defender. La naturaleza, como concepto, es un tesoro por el que luchan animalistas, ecologistas, cazadores, ganaderos y agricultores, en una lucha por ser los dueños, los únicos interlocutores. No se lucha para conservarla, se lucha por poseerla, por apropiarse de la verdad sobre ella y ser, por tanto, los únicos que son capaces de saber qué hay que hacer. Pero solo puede ser de uno, por eso esa actitud es excluyente. O la verdad la tengo yo o tú. Ahí radica el inicio de las divergencias, y el principio de la mentira, pues los símbolos, los conceptos, no pueden ser de nadie, por eso es una apropiación, y por eso es indebida. Y cuando un grupo o persona se apodera de algo que no le pertenece, nos lo roba a los demás. Cuando se ponen límites a algo que no lo tiene, excluye a otros. En las pasadas elecciones andaluzas, ha surgido un partido con clara intención de robar el concepto de patria a quienes creían poseerla, y estos se han revuelto como gato panza arriba. Su contraataque puede ser fatal para los que aspiramos a ser un país puntero en cuanto a la conservación de nuestros espacios naturales. Tras conocer las preguntas que el Partido Popular va a hacer al Gobierno de la Nación sobre la caza y los toros, claramente intenta posicionar esos elementos como piedras angulares de la españolidad. Es curioso que no pregunten sobre la situación de los científicos españoles o sobre la educación, no preguntan sobre modernidad, sino sobre conceptos antiguos retrotrayéndonos a épocas pasadas. El problema es que si consiguen que la caza y los toros se asocien como conceptos básicos de la patria, se van a perder los matices y se van a defender a capa y espada incluso por aquellos que nunca han empuñado una escopeta o visto una corrida. Cualquier crítica, a cualquiera de los dos conceptos, será entendida como un ataque directo a la patria. Lo mismo ocurrió, por ejemplo, al asociar el aborto con un bien superior, como la vida. De una manera astuta pero torticera, los detractores consiguieron que estar a favor de una regulación menos restrictiva sobre el aborto, fuera como estar en contra de la vida. En general, no soy partidario de las leyes restrictivas. Prohibir por ley lo considero siempre un recorte a las libertades del ciudadano y lo vivo como un fracaso de la sociedad, no como una victoria. La caza y los toros son actividades minoritarias que sin embargo nos afectan a todos, por lo que deben regularse, pero seguramente acaben por desaparecer por sí solas, y eso sí que será una gran victoria de una sociedad cada vez más concienciada. O no. Tal vez la caza acabe regulada y siendo de verdad un apoyo para la conservación y las corridas de toros encuentren la forma de reinventarse y encajar en una sociedad donde la lucha a muerte entre animal y humano no es tan atractiva como antes. Tal vez, es lo que tiene no ser el dueño de las cosas, que no tienen por qué ser como tú quieres. Pueden ser incluso mejor. Patricio Jiménez
- 24 diciembre, 2018
0
896
4 minutes read
You can share this post!