Siempre que me siento a ver una película sobre un perro tengo una segunda opción disponible para terminar de pasar la tarde, y es que es muy habitual que en algún punto de la cinta de un respingo y la quite. Odio las historias en que los perros se comportan como los humanos y hacen cosas extraordinarias salvando a todo el mundo básicamente por dos cosas; porque para ver héroes prefiero ver Iron Man, que me parece más entretenida, y segundo porque los perros me parecen interesantes por ellos mismos, no necesito que se comporten como humanos. No creo que sea mucho pedir que cuando vea una película sobre perros, lo que aparezcan sean perros y no peluches con comportamientos humanos por la incapacidad de los guionistas de ver la grandeza de los animales en si mismos o la incapacidad de directores y productores de profundizar en los sentimientos, no ya humanos, sino comunes a todas las especies. (ver otras críticas de cine de este blog).
Debo decir, por tanto, que si me he decidido a hablar de la película australiana Red dog, una historia de lealtad, ha sido porque me quedé a verla hasta el final. Está dirigida por Kriv Stenders y basada en un libro de Louis De Bernieres sobre unos hechos reales ocurridos en Australia en los años 70. Red dog es un perro autóctono, Kelpie, una raza de pastores de ganado con una gran capacidad de trabajo y muy apegados a sus dueños. Como curiosidad, contar que pese a lo que suele ser habitual, el papel de Red Dog fue interpretado por un solo animal, Koko, un perro nacido en 2005 y que como las grandes estrellas tuvo una vida corta y fulgurante. Murió por un problema cardíaco a los 7 años de edad.
La historia es sencilla. Red dog llega a un pueblo minero del noroeste de Australia donde han ido llegando rudos trabajadores de gran parte del país y del resto del mundo para trabajar en las minas de hierro. Red es un perro vagabundo, sin dueño, un alma descarriada con un desconocido pasado, como todos los demás, que pronto se convertirá en un confidente y un amigo capaz de aceptarlos a todos tal y como son. Su presencia servirá para coexionar un grupo humano sin nada en común y por eso acabará convirtiéndose en parte importante de la comunidad, siendo aceptado con sus rarezas y sus peculiaridades y respetado por lo que es, no por lo que los demás quieren que sea.
Afortunadamente no es un producto de la fábrica americana y el director australiano ha sabido transmitir que lo verdaderamente importante no es hacer, sino ser. Muchas películas sobre animales se empeñan en que hagan cosas extraordinarias y salven a la gente de muertes espectaculares, pero muy pocas nos muestran lo importante que son aquellos que consiguen salvarnos, día a día, simplemente porque están con nosotros y son como son. Para mí, ese es uno de los mayores aciertos de la película. Es capaz de mostrarnos como, por su forma de ser, Red se convierte en la herramienta que ayuda a cada uno a superar sus traumas y sus problemas en un ambiente hostil, y lo hace porque se comporta de forma sencilla y clara, sin dobleces ni malas intenciones. Varios programas de perros de asistencia en cárceles han demostrado la valía de estos animales para conseguir que los presos se integren y aprendan a sentirse útiles de nuevo cuidando a un ser vivo al que le pueden abrir su corazón sin miedo a que les juzgue o les cuestione por su pasado.
La película está basada en un libro de Louis De Bernieres, titulada Red Dog, y que se publicó en Londres en el año 2001. El autor viajó a Australia para un festival literario y conoció la historia de este perro. No está entre sus obras más conocidas, entre las que destaca La mandolina del Capitán Corelli, y no deja de ser una pequeña novelita de menos de 200 páginas, pero seguro que después de esta película muchos nos acercaremos a ella con curiosidad.
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