« ¿Pero de qué diantres trataría el libro? Trataría de los esfuerzos de un filósofo de medio pelo que vivía solo en el bosque y que, cansado de la mayoría de los humanos, intentó adiestrar a una persona que no era humana, sino un pájaro. »
Así describe Terence H. White su libro El azor, escrito en 1936 pero publicado en 1951 tras las súplicas de su editor al encontrar el manuscrito de casualidad. White no necesitaba publicarlo e incluso es probable que le diera vergüenza hacerlo. Es la historia de una búsqueda, de un regreso al pasado para encontrar sentido al presente, pero también es la crónica de un fracaso.
En 1936, en un ambiente prebélico en Europa, donde los periódicos inflamaban sus páginas contra la Alemania nacionalsocialista, no era fácil mantener la fe para una persona inteligente como White. Tal como ahora, cuando las empresas armamentísticas norteamericanas susurran al oído del presidente el siguiente objetivo a batir y un coreano con nombre difícil de pronunciar se defiende con misiles intercontinentales. Un mundo donde las redes nos atrapan y nos dan impunidad para ejercer una censura atroz. Un mundo de nuevo difícil de defender para cualquier persona inteligente.
El azor es una de las rapaces más difíciles de adiestrar. Los cetreros modernos empiezan con un cernícalo o con la sociable águila de harris. Los azores son otra cosa. Son desconfiados e independientes. Pero White no quería algo fácil porque su objetivo no era cazar conejos, sino encontrar algo lo suficientemente noble por lo que luchar, por eso la cetrería, por eso un azor.
« Desprenderse de posesiones innecesarias, y sobre todo de otra gente: de eso trataba la vida.
Debía descubrir qué cosas no eran necesarias y cuáles necesitaba realmente. Un poco de música y licor, menos comida todavía, un techo propio cálido y hermoso pero no demasiado grande, un canal para las energías creativas y el amor, el sol y la luna. Con estas cosas era suficiente, y el contacto con Gos en su retiro, en última instancia, no corrompido, era mejor que el interminable y cruel conflicto entre hombre y mujer o la ambición por ganar poder en adolescentes batallas que hacía que los hombres se dedicasen a los negocios, comprasen automóviles Rolls-Royce y fuesen a la guerra »
No quería un perrito, ya tenía uno, un setter noblón, necesitaba doblegar a un ser salvaje y hacerlo tal y como lo hacían en la Edad Media, comprendiendo al ave, aprendiendo a conocer su estado de ánimo, a sentir lo que ella siente. White disfruta comparándose con un azorero medieval: en las noches de vigilia para que tolerase estar en el puño, en los paseos por la campiña rural para que se acostumbrase a diferentes estímulos o en la habilidad para hacer todo con una mano, por estar la otra sirviendo de percha para la rapaz. Se siente parte de una tradición muy antigua, una tradición que superará la anécdota histórica de los nuevos dictadores. Se siente orgulloso al reivindicar su trabajo como cetrero, sentado a la puerta con el ave en el puño mientras sus vecinos siegan el campo.
Todos echamos de menos sentirnos parte de algo noble e importante pero solo podemos aferrarnos a héroes edulcorados de cartón pluma. Ya no podemos sentirnos un eslabón importante de alguna tradición milenaria, ahora solo podemos suscribirnos, afiliarnos, abonarnos o firmar una petición. A veces absurda. Casi siempre intrascendente.
Muchos críticos afirman que el libro de White es una lucha entre un hombre y un animal, pero no es cierto. El azor es su salvavidas, un intento desesperado de un humano por recuperar algo de sentido a su vida, una petición de ayuda que el ave deniega, como siempre. Pero no hay lucha. A Gos nunca le importa ser amigo del humano, no le interesa, no hay vínculo.
Someter al ave es la manera de relacionarse con una naturaleza a la que hace mucho tiempo que dejamos de escuchar porque dejó de hacernos falta. No hay que flagelarse. Lo más natural del mundo es no gastar energía inútilmente. Los cazadores, los ecologistas, los animalistas, todos intentan eliminar esa barrera que nos separa con el mundo natural. Cada uno a su estilo, pero todos desde una perspectiva humana.
Las dificultades de White a la hora de domesticar a Gos tienen más que ver con su propia torpeza que con el espíritu salvaje del animal. Pero el resultado final no importaría nada sin un camino iniciático largo y lleno de dificultades. Las páginas de El azor son precisamente eso, un diario sobre el camino emprendido por White para dar sentido a su vida. Y lo hace maravillosamente.
Las referencias literarias son continuas, sobre todo de poesía inglesa:
El hastío de una vida desganada
que no quiere subir la colina empinada;
la necesidad del alma de dormir y quedar postrada.
Y de nuevo el minúsculo puño apasionado
que se cierra contra el cielo desafiante;
el orgullo victorioso, el protagonista condenado
que pelea contra el fantasmagórico gigante.Everyman, Siegfried Sassoon (1886-1967)
Pero también de teatro, con muchas referencias a Shakespeare:
Así he comenzado con prudencia mi reinado
y espero terminarlo con éxito.
Mi rapaz está ahora famélica y con el estómago vacío,
y, hasta que no desemballeste, no le llenaré el buche,
porque cuando lo hago, nunca mira el señuelo.
Tengo otra forma de amansar a mi rapaz zahareña,
de hacer que venga y de que mi llamada reconozca,
y es hacer guardia con ella, como se hace con los milanos
que se debaten, aletean y no obedecen.
No ha comido carne hoy y ninguna comerá;
Anoche no durmió ni tampoco lo hará hoy.La fierecilla domada, William Shakespeare
Y las descripciones sobre los pasos seguidos para dominar al ave son claros y tan llenos de vida que te trasladan a su lado, atando las pihuelas, desollando las piezas para la comida o madrugando para comenzar las labores diarias. La prosa de White es directa pero con sorpresas, giros y digresiones. Es una obra de autor, donde entre las letras rezuma su estado de ánimo, como un elixir que enriquece, que no deja indiferente.
Es frecuente que a veces se separe, hable en tercera persona, coja distancia con el personaje que se levanta de noche para esperar el amanecer oculto en una trampa para cazar mirlos. Otras veces se vuelve más personal, nos habla de lo que siente, de sus alegrías o de sus frustraciones con Gos o de su falta de empatía con esos humanos cazadores que van detrás del zorro o matan al tejón por aburrimiento.
Sus páginas mezclan la práctica de la cetrería con las digresiones con el arte o el mundo rural, pero siempre con ese deje amargo. ¡Una amargura tan compresible!
Un libro necesario, si viene seguido de una reflexión personal, o simplemente entretenido si nos sentimos conformes con nuestras suscripciones.